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El cofre y la ventana: el archivo digital en las humanidades

Por Juan Álvarez Umbarila

Montaje con varios pantallazos de las interfaces de colecciones digitales en internet

La imagen que tenemos de los archivos físicos es subterránea. Cuando nos imaginamos un archivo físico, y muy a menudo cuando lo visitamos, encontramos un lugar misterioso, oculto, protegido: algo a lo que una especie de Indiana Jones de las humanidades querría entrar para explorar, como una caverna a la que se desciende suspendido de una cuerda, con mucho cuidado y parsimonia. Es un lugar sagrado donde asumimos que están guardadas cosas valiosas. Un archivo físico es, en suma, como un cofre escondido que contiene tesoros que valdría la pena desenterrar.

El archivo físico es básicamente un depósito de objetos, muchos de ellos documentos que una institución consideró dignos de salvaguardar y proteger para el futuro, como un manuscrito antiguo, una carta, un dibujo, etc. Esos objetos no circulan, como los de una biblioteca, sino que están protegidos por una serie de barreras físicas y simbólicas que los separan del mundo. El archivo tiene acceso limitado, puede ser porque sus objetos sean muy antiguos o muy frágiles y solo se puedan manipular por manos expertas, o porque, aunque sea de acceso público, una persona que no sea experta no sabría cómo navegar, manipular o interpretar. Sea cual sea el caso, es difícil para una persona común (que no sea una Indiana Jones de las humanidades) acceder a esos tesoros del archivo (y también para los Indiana Jones sin mucha experiencia o credenciales, o que están lejos del archivo). Es difícil además para esos tesoros recorrer el mundo, porque las paredes que protegen al archivo no solo restringen la entrada, sino también la salida. El archivo se mantiene como un lugar sagrado, protegido en un templo por unos guardianes, al que solo unos pocos elegidos pueden entrar y de la que pocas cosas pueden salir.

Alternativamente, un archivo digital es como una ventana virtual a los tesoros, puestos ahora al alcance de quien quiera usarlos. Para visitar el archivo digital de las humanidades ya no es necesario desplazarse en el espacio hasta un templo remoto, sino simplemente abrir una página web en un computador desde la casa, la universidad o la oficina. Para acceder al archivo digital no es necesario presentar una credencial de experto Indiana Jones, sino que cualquier persona, sea experta o no, puede en principio traspasar las barreras del archivo. Cuando el archivo se hace digital y deja de ser un templo sagrado, se convierte en un lugar que podemos visitar sin parsimonia, en nuestra vida cotidiana (en piyama si queremos), en todas partes del mundo. La ventana nos da acceso ilimitado a los contenidos del cofre con un clic, y esas cosas que una institución guardó para un futuro se hacen accesibles ahora, para todos, en el presente.

Pero como sabemos, digitalizar objetos y colgarlos en una página web no necesariamente hace al archivo digital una ventana. Este es un proceso complejo que requiere una serie de eventos de producción, publicación, diseminación y recepción para que la información del archivo pueda dejar su cofre y encontrarse exitosamente con alguien que le dé uso; para que pueda verse y usarse a través de la ventana, y para que la ventana misma sea encontrable y deseable por parte de las personas.

Habría que empezar por tener en cuenta que aunque el archivo sea digital, requiere de una infraestructura bastante física para poder existir. Sin computadores, celulares o tabletas no puede haber un archivo físico, y sin acceso a internet la ventana no puede aparecer ante nuestros ojos. Es bueno entonces que cada vez más consideremos a la Internet como un derecho humano fundamental. Hay que tener en cuenta qué tan conectadas o no están las personas en un espacio (como Colombia) para diseñar archivos digitales, y qué tan buena es su conexión (si el internet de las personas no da para un archivo con unas gráficas maravillosas, habría que hacerlo más elemental). También hay que tener en cuenta que el uso de herramientas digitales requiere un set de habilidades y conocimientos y que hace falta una cierta alfabetización digital para poder hacer uso de la ventana.

Luego tenemos que ver que un archivo digital es en sí mismo una publicación además de un repositorio, de formas muy distintas a como puede serlo un archivo físico, y como tal es una interpretación para uso masivo de los objetos que allí se presentan. Esto quiere decir que requiere de una edición y curaduría específicos para su medio digital, que al mismo tiempo obligan a pensar minuciosamente en quiénes serán los usuarios de la ventana. Si queremos archivos digitales democráticos que sean verdaderas ventanas, y no solo cofres subidos a internet, tenemos que diseñar los contenidos de tal manera que sean fácilmente encontrables, que sean navegables, que sean atractivos y que se puedan descifrar. En suma, que sean usables y amigables. ¿De qué nos sirve tener unos manuscritos medievales si casi nadie puede leerlos? Las instituciones que pretendan ofrecer estas ventanas, en conjunto con los humanistas digitales que las desarrollen, deben ofrecer transcripciones, contextos, explicaciones y una narrativa atractiva. También, por supuesto, hay que ofrecer interacción: maneras en que la ventana permita no solo acceder a información, sino producir conocimiento a partir de ella con herramientas que solo lo digital permite: que el archivo digital sea personalizable para cada usuario, que interactúe con otros archivos y objetos en la web; que la ventana nos lleve a otras partes y que no sea un lugar estático, sino cambiante, comparable, renovable y dinámico. La ventana no puede mostrarnos un cuarto lleno de objetos, sino un mundo que se transforma en muchos mundo posibles.

Pantallazo de la colección digital de las cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Teo. Se ve una reproducción facsimilar de la carta y una versión transcrita

Imagen 1. Cartas de Van Gogh a su hermano Theo en vangoghletters.org. La vista de cada carta se puede personalizar en pestañas para las necesidades de cada usuario. En la imagen: facsímil, traducción y notas

Finalmente un archivo digital, si quiere ser verdaderamente abierto y democrático, debe poder encontrar su camino hacia las personas, y no solo esperar a que las personas encuentren el camino hacia él. Debe interactuar con los algoritmos de los motores de búsqueda, con las comunidades online, con las redes sociales y las redes de personas que las habitan. La ventana debe pensarse desde las colectividades que le van a dar uso, y debe hacerse esparcible y reproducible. Debe ser, en suma, un mensaje en una botella que llegue efectivamente a las manos de un destinatario, sea alguien que quería encontrar el mensaje o alguien que se tropezó con él por feliz casualidad.

Montaje con varios pantallazos de las interfaces de colecciones digitales en internet

Imagen 2. Europeana.eu pone especial énfasis en hacer los contenidos de sus archivos atractivos, relevantes y dinámicos para audiencias no académicas. En la imagen, campañas de Facebook y su plugin para ver una imagen del archivo cada vez que se abre una pestaña del navegador

El cofre y la ventana no tienen porque ser rivales, ni tiene porque ser uno el reemplazo del otro. Son más bien un sistema orgánico en el que sus partes se complementan, cada una con diferentes habilidades, flaquezas y oportunidades. Cuando el sistema funciona, es una manera de acercar a las personas a la información y darles la oportunidad y las herramientas para transformarla en conocimiento. Ese objetivo debe ser central en el desarrollo e implementación de proyectos de Humanidades Digitales.

—Por Juan A. Umbarila

juanalvarezum@gmail.com

Este es un breve resumen de la tesis de maestría “From Chest to Window: The Literary Digital Archive and its Mediations”, presentada en 2017 en la Universidad de Groningen, Países Bajos.

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