Hace aproximadamente 6 semanas, luego de haber obtenido la aprobación de un artículo, el editor de la revista me solicitó, además de los ajustes al documento, mi identificación ORCID. Sin tener la más mínima idea al respecto tuve que googlearlo:
“ORCID es un código alfanumérico comercial, que identifica de manera única a científicos y otros autores académicos. Esto responde al problema de que las contribuciones de un autor particular a la literatura científica, o a las publicaciones en Humanidades, pueden ser difíciles de identificar pues la mayoría de nombres personales no son únicos”.
Después de abrir el perfil mi valoración osciló entre lo interesante y lo indiferente. Interesante porque de modo automático agregó artículos que se encontraban en otras bases de datos, indiferente porque me pareció estar repitiendo procedimientos similares: Refworks, Academia, Google Scholar y, después de ORCID, AutoresRedalyc. Perfiles en cinco repositorios académicos en los que se repite la misma información. Al tiempo que ingresaba a la comunidad ORCID, en la universidad donde trabajo se decía que Refworks no era muy eficiente, así que era necesario ingresar la información a otra base de datos (sospecho que a una diferente a las que ya tengo). De la euforia se pasa al desasosiego. Además, en un tiempo muy corto: hace cinco semanas me dijeron que Refworks era obsoleta, hace seis me solicitaron un código ORCID y esto me llevó automáticamente a Redalyc hace cuatro semanas, y hace ocho, tal vez, Academia empezó a ofrecer un paquete Premium por noventa y nueve dólares al año. Este “combo” permite saber quién me citó, quién me mencionó, si un artículo fue visto, descargado o marcado como favorito, entre otros indicadores de popularidad que, en este caso, se interpretarían como influyentes y exitosos (“ver impacto”, sugiere Premium tentadoramente). A la pregunta: ¿Por qué Academia presenta una cuenta Premium?, los desarrolladores responden: “La Misión de la Academia es colocar todas las publicaciones académicas en Internet, ofrecerlas gratis y mejorar los debates y colaboraciones sobre publicaciones” (la cursiva es mía).
De todos los repositorios, Academia parece ser el más eficiente, no sólo porque permite conocer algunos datos de circulación de los documentos compartidos (aunque con restricciones mediante pago), sino porque recurre a las lógicas de las redes sociales. Esto quiere decir que además de los documentos, el espacio está abierto para otras formas de intercambio. Por un lado, se pueden recibir y enviar mensajes, obtener información de la razón de la consulta por parte de algún lector y, por el otro, seguir a otros autores y recibir sus actualizaciones, así como también se reciben a partir de la declaración que el usuario hace de sus intereses mediante palabras clave. Y muy importante, la posibilidad de que un académico anclado en la cordillera de Los Andes también también puede tener seguidores, pues estadísticamente para todos parece haber una oportunidad: “Menciones escanea los 15 millones de publicaciones de Academia y te notifica si se menciona tu nombre”. Así que el eslogan de Google Scholar, “Sobre hombros de gigantes”, es parcialmente acertado, pues siempre queda el intersticio como la posibilidad de andar sobre hombros ordinarios, o incluso enanos.
Estas plataformas han transformado no sólo la manera como circula el conocimiento, sino también la manera como se produce y consume. Resumiendo: la producción de artículos en detrimento de obras y libros, pues es indispensable poner a circular resultados de manera veloz y eficaz. La eficacia de las publicaciones académicas hace que el consumidor se vea muchas veces abrumado por la cantidad de información que recibe, de modo que una de las competencias fundamentales en estas circunstancias es saber descartar. Es decir, intentar quedarse con más gigantes que enanos. De ahí que la probabilidad estadística de ser encontrado de manera igualitaria sea menos esperanzadora de que lo que Academia Premium sugiere.
Sin embargo, y a pesar de la concentración desigual de los reconocimientos, los repositorios on-line de consulta gratuita que aquí se han reseñado posibilitan, comparativamente con el pasado, una circulación más eficaz de los productos de cada investigador: los contenidos digitales se liberan fácilmente del territorio, y es posible acceder no solo al contenido y a los datos biográficos del autor sino también -independientemente de su peso dentro del campo disciplinar-, a su rostro. Este dato para nada resulta insignificante. Solo tengo que remitirme al seminario de Weber I (1993) durante mis estudios en Sociología para recordar que más de un estudiante desprevenido solía creer que nuestro padre fundador era el anciano que aparecía en la portada del libro. Parece difícil creerlo, pero en 1993 aún no se podía “Weber”.
—Por Elkin Rubiano Profesor de la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano