La relación con lo digital para los estudiantes es diferente a la de los profesores. Particularmente nosotros no somos una generación completamente nativa digital, sino más bien, somos una generación de transición. Crecimos con el ascenso de la tecnología (entiéndase consolas como el PS1 o el SNES, computadores personales, Windows XP,…), pero también conocimos el cassette, el disquete, el walkman, la conexión a internet por cable de teléfono y las cámaras con rollo, que había que revelar. Asimismo, no tenemos problemas para entender qué es un explorador web, un sistema operativo, un archivo .exe o cómo conectar el videobeam al PC. Por esto, los espacios -como laboratorios- para la historia digital y “campos” como las humanidades digitales son a la vez novedosos y obvios. Ya que entendemos la relación entre lo análogo y lo digital, pues nos resulta algo “natural”.
Sin embargo no parece que fuera una relación 50% entre lo “análogo” y 50% lo “digital”. Más bien, puede ser 40-60%, donde el sesenta representa nuestro aspecto digital. Por ejemplo, no alcanzamos a conocer los catálogos físicos de las bibliotecas; en nuestra primera visita a la biblioteca ya existía el OPAC en línea. Aquella relación que se gestaba entre el historiador, la fichas bibliográficas y las forma que desempeñaba su investigación las cuales podemos observar en clásico libro de Umberto Eco Cómo se hace una tesis ya no son vigentes para nuestra formación. Nuestras consultas e investigaciones inician en Google y terminan en Word y, a veces, Powerpoint. No conservamos nuestros trabajos en una carpeta, dentro de una caja, dentro de un archivador; más bien en una carpeta, sí, pero de Google Drive, en ese “espacio” que es La Nube.
Dentro del Laboratorio de Cartografía Histórica e Historia Digital (LabCaHID) hemos experimentado estas relaciones desde la academia. Sin dejar de mantener la rigurosidad que se nos enseña en la disciplina histórica, configuramos prácticas o herramientas novedosas que hacen uso de los conocimientos propios de nuestra generación. Es decir, nos apropiamos del avance tecnológico para asimilarlo y así transformar nuestra profesión. Por supuesto, esto es solo la punta del iceberg en el debate sobre la Historia Digital (debate que a lo largo de nuestras entradas intentaremos tratar de forma transversal).
Estamos obligados a pensar que las investigaciones históricas deben tener un tinte digital. Y por qué no, pensar que la Historia Digital sea una forma de hacer historia. Se trata, entonces, de atender al llamado que Dan Cohen y Roy Rosenzweig hacían en la lejana década del 2000: “The most important weapon for building the digital future we want is to take an active hand in creating digital history in the present”. Esto es, ponerse manos a la obra para construir la historia y las humanidades digitales desde hoy. Pero sobretodo, de asumir una actitud crítica frente al cambio tecnológico y sus posibilidades. Esto, porque no nacimos en el mundo digital actual; sino que hemos presenciado el cambio, con ojos de niños y adolescentes. Podemos situarnos como un punto de transición; aquel espacio que nos permite evaluar ambos mundos: el del disquete y el de la nube.
Elvis Andrés Rojas Rodríguez y José Nicolás Jaramillo Liévano
Departamento de Historia – Universidad Nacional de Colombia
elarojasrod@unal.edu.co
jonjaramilloli@unal.edu.co