Debido a la pandemia, he estado ayudando a mi papá, quien ha trabajado por unos treinta años como profesor universitario, a ajustar sus clases para que funcionen en la virtualidad. Ayudándole me he dado cuenta de muchas cosas que daba por sentado en cuanto a los conocimientos que se requieren para operar cómodamente en el mundo digital. He tenido que explicarle cómo se crea un evento en un calendario, cómo se crean sesiones de reuniones virtuales, cómo se crean exámenes interactivos, cómo se suben videos a Youtube, entre otras cosas. Aunque yo pensaba que él tenía más naturalizado el uso de herramientas digitales básicas, tuve que explicarle desde cero ciertas acciones y ciertos términos comunes cuando se usa un computador: cuál es la diferencia entre una ventana y una pestaña, cómo se arrastran elementos de un lugar a otro, qué es el portapapeles, en fin. Poco a poco, esa tarea de enseñar al profesor me hizo pensar en que solo estaba explicando secuencias de acciones y no el trasfondo de lo digital, algo así como enseñar a leer pero no a entender.
Esta anécdota es solo un gancho para referirme a un problema importante tanto para las humanidades digitales como para la educación: la alfabetización digital. Somos, más que todo, una sociedad de usuarios. Sabemos usar interfaces, pero somos ignorantes acerca de cómo funcionan sus operaciones subyacentes y cómo fueron diseñadas en su estructura. Así, comúnmente accedemos a la tecnología como algo que nos es prestado, pero que alguien más ya produjo bajo sus propias ideas. La caduca distinción entre nativos e inmigrantes digitales no da cuenta real del escaso entendimiento que tenemos acerca de la computación, la comunicación y la información. Al principio de mis propias clases de humanidades digitales pocos estudiantes —los nativos, en teoría— saben del origen de internet, de qué datos suyos guardan las redes sociales, o de cómo Netflix les recomienda una película. A lo que Alan Kay llama el metamedio, es decir, la computación como un sistema maleable que puede transformarse en cualquier otro medio: el texto, el sonido, la imagen, el video, etc., ya se le ha dado forma por nosotros. Y no solo tenemos lejanía con respecto al metamedio que imita, sino también con respecto a los medios originales imitados. La interfaz digital nos lo oculta en una caja negra. El entusiasmo por las humanidades digitales puede llevar a un afán instrumental por entender lo digital únicamente como herramienta, y la obligación ahora urgente de la educación virtual a un afán por estandarizar la educación para que su operación sea automática pero difícilmente personalizable. Ambas cosas confunden la interfaz —es decir, la máscara con la que se presenta algo— con el medio —que es en el fondo el que modifica nuestras formas de vida—.
La entrevista a la educadora Viviana Garzón que presento a continuación hace referencia a ese problema y apunta a una solución: la educación debe transformarse y debe apoyarse en la alfabetización digital, pero esa alfabetización no puede centrarse exclusivamente en la capacitación en el uso de herramientas, que finalmente caducan y fallan, sino en la apropiación creativa de la información y la tecnología. Los maestros, como mi papá, son el fundamento para esa apropiación. Como propone Garzón, a través del arte puede ganarse conciencia de los medios de información y comunicación, y conseguirse una relación más cercana con la tecnología. Particularmente, esa visión de los medios tecnológicos se entiende no solo desde lo más novedoso —las buzzwords del big data y la inteligencia artificial— sino de elementos tecnológicos cotidianos como las cartillas, el audio o el video. Más que una sobreingeniería, una invención creativa en la vida cotidiana, una participación en el entorno audiovisual que nos rodea. Así es como podemos dejar de ser usuarios ingenuos y pasar a ser creadores, como dice Garzón. Por ejemplo, como se referencia en la entrevista, aquí se encuentran algunos recursos educativos que desarrolló el maestro Yasir Bustos para enseñar Wayuunaiki a sus alumnos (1, 2, 3). Y así es como la educación virtual puede ser, más que una herramienta obligada por la coyuntura, una forma de pedagogía que se integra a la vida cotidiana y que llena las carencias de la educación tradicional: si los maestros se apropian de medios novedosos para educar, y si son dueños de esos propios medios en el sentido en que los entienden y los manipulan directamente, los estudiantes también podrán entender la creación y la tecnología como algo propio.
Curiosamente, y similar a como sucede en uno de los ejemplos de la entrevista a Garzón, una manera en la que logré hacer sentir más cómodo a mi papá en su transición a lo virtual consistió en recordarle algo que él ya sabía: durante varios años él graba un programa de radio semanal sobre temas de economía local, y poco a poco ha pulido un estilo y una forma de comunicación de la que, con la práctica, se ha hecho más reflexivo. Su habilidad radial fue la clave para diseñar contenidos virtuales para sus estudiantes y para aprovechar sus habilidades adquiridas en otros campos en lo digital. No se trató de pasar el radio a la red, sino de encontrar de qué forma él ya era consciente de los problemas de la comunicación y de la información, cuáles eran las limitaciones en su contexto y qué necesidades podían tener sus estudiantes.
— Sergio Rodríguez Gómez
Entrevista a Viviana Garzón (http://creagogia.org/):
RedColHD · Entrevista Viviana Garzón